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El martes 11 de diciembre se desarrolló en Tribunales Federales I la quinta audiencia del juicio por crímenes de lesa humanidad en el que se juzga el accionar de la policía de la Provincia de Córdoba en los comienzos de la última dictadura. La FCS estuvo presente, reafirmando el pronunciamiento del Honorable Consejo Directivo del 22 de octubre que declara de interés el inicio de las audiencias en la Causa “Montiveros, Guillermo Antonio y otros p.ss.aa. Homicidio Agravado con Ensañamiento y Alevosía”, que se inscribe en la búsqueda de la Memoria, la Verdad y la Justicia, y en la que una de las víctimas fue alumna de la carrera de Asistente Social y militante del Centro de Estudiantes, Vilma Ethel Ortiz.
Alrededor de las 10.30 horas comenzó la audiencia más extensa en lo que va del juicio. El primer testigo, Raúl Hugo Bengolea, es un ciudadano que vivió toda su vida en barrio Güemes. Muy nervioso y con el olvido ganando sobre la memoria, arrancó su relato dejando en claro que no escuchó ni presenció el hecho por el que se lo llama a declarar, sino que lo que ya declaró en la justicia en el año 2013, lo hizo en base a comentarios de vecinos. En un esfuerzo por recordar dijo que le habían contado que en la casa de la calle Brasil (hecho dónde asesinan a José Osatinsky y a José María Villegas, quienes continúan desaparecidos) vivían unos chicos y que hubo un operativo policial o militar. Uno de los chicos murió y el otro cayó muerto en la calle Perú. “Todo esto, repito, me enteré por versiones de vecinos”.
También, siempre con mucho esfuerzo, recordó que en el barrio vivían una pareja adulta de apellido Biondo, que en su casa se escondió uno de los chicos y que el señor salió a gritar “no disparen, el chico se va a entregar”. Aún en la actualidad se puede ver un impacto de bala en la fachada de la fábrica que está al frente de la casa de los Biondo. Con la ayuda de un plano del barrio, Bengolea volvió a marcar el lugar donde se ubicaba la casa y donde fue encontrado el cuerpo del “chico” que escapó de la casa por los techos.
Ante la pregunta del fiscal Hairabedian sobre si luego de lo sucedido dos muchachos jóvenes lo habían ido a ver para hacerles unas preguntas a él y a la otra vecina, la señora Mari Caridi, el testigo contestó que sí, pero que no recordaba lo dicho y que Caridi no quiso hablar con esta gente para no meterse en problemas también. Sobre los rastros que dejó el chico muerto en la calle, el testigo recuerda que “en la vereda de la calle Perú donde cayó muerto el chico se encontraron pedazos de dientes, y cuando yo pasé a la noche vi restos de sangre y pelos”.
El fiscal pide que se cite a declarar a la señora Mari Caridi para que dé testimonio sobre esos días en barrio Güemes. El tribunal aceptó el pedido y la va a llamar para el 18 de diciembre, día en el que además se va a realizar una inspección ocular en el domicilio de Brasil 659.
Daniel Eduardo Villar fue el segundo testigo en pasar a la sala. Oriundo de Alta Gracia, vivía en el centro de la ciudad y allí conoció a Hugo Pavón Quiroga: “Lo conocí como artesano. Tenía su lugar para vender por la zona del Tajamar, la plaza y de la municipalidad. Era grandote, el cabello largo. Los padres eran gente mayor, vivían sobre la avenida, en un chalecito muy chiquito.”
Daniel Villar fue detenido el 3 de mayo de 1976 en la terminal de ómnibus de Córdoba. Estaba con un amigo y un “peruano” que estudiaban medicina en la Universidad Católica. “Mi amigo venía a su clase de medicina. Yo a la Facultad de Derecho. A él le habían pedido que lea un libro que se llamaba ‘El personalismo’. Una persona de civil ve el libro, el tipo se acerca, pide el libro, pide apoyo policial a una patrulla del Comando Radioeléctrico que estaba sobre las plataformas. Y ahí nos detienen y nos llevan a la dependencia policial. Nos trasladan con la colaboración de gente del Comando Radioeléctrico. A punta de pistola con las manos atrás. Nos decían escapate hijo de puta que te matamos. Para la gente de la terminal éramos invisibles”. Amenazados, comenzaron un calvario por la Comisaría 1ª, el Policlínico Policial, un parate en un descampado y luego en el D2 (Departamento de Informaciones de la Policía de Córdoba).
Hace unos días, Villar pudo relacionar su detención con la de Pavón al leer un artículo en el diario local de Alta Gracia, “Sumario”, respecto de este juicio. “Pude relacionar que en el momento de mi detención, Pavón ya estaba en el Cabildo y fue torturado antes que yo. Lo reconozco a pesar de que estaba vendado y golpeado. Había una suerte de gancho en el techo, en un pasadizo, y allí es cuando es interrogado. Hugo llega a decir que es artesano y de Alta Gracia. Nos vamos dando los nombres de las personas que estamos en esa habitación. Reconozco su voz y su nombre de Alta Gracia. Intento levantar la vista para corroborarlo, pero me fue imposible”. Villar recuerda que Pavón se encontraba muy golpeado, muy mal físicamente. Cuenta que estaban en un lugar donde había dos bancos de piedra y que “habría 10 o 12 personas más. Él (Pavón) estaba colgado de un gancho en el techo”. En su paso por el D2, cuenta que “había una persona puntual que se encargó de hostigarnos. Era una persona que se vestía de zapatos de gamuza marrón. Cuando salí, lo busqué. Me doy con una persona de físico delgado, rubia. Era Julio Antún”.
Los primeros días en el D2 pudo tener noción del tiempo y del lugar en el que estaba: las campanadas de la catedral se lo permitían. Con el paso de los días y con las torturas recibidas fue perdiendo la noción del tiempo. Sin embargo, recuerda que “el día 3 fue horrible pero el día 4 fue más sanguinario. Escuchamos un impacto de bala muy cerca de donde estábamos. Imagínese, en la noche, vendados... todavía me retumba. Escuché a gente decir ‘pierde como un lechero’, y sacan a una persona de ahí en andas porque estaba herido. Tampoco volví a ver nunca más a Pavón, ni saber nada de esta persona herida”. El estallido del disparo aún lo acompaña a Villar, también los gritos de las mujeres torturadas, en especial el de Diana Fidelman. “La tortura era horrible, lo peor que te puede pasar es escuchar la tortura a una mujer”, dice el testigo.
El tercer testimonio, por video conferencia desde San Luis, fue el de Ramona Ángela Sánchez. A comienzo de 1976, recién llegada de Brasil, con su novio brasilero alquilaban un “garaje” en Alta Gracia para vivir. Una noche la pareja jugaba al chinchón con “Huguito” Pavón; de repente escucharon gritos que les ordenaban que salieran con las manos arriba. Creyeron que era una broma del “Loco”, un amigo que esperaban. Cuando se abrieron las puertas, vieron entrar a la policía, que los redujo y “se llevó todo lo que servía; entre eso, 10.000 dólares que el padre de mi pareja nos había dado para estudiar. Y lo que no servía, lo rompieron”. Los tres fueron trasladados a la Comisaría de Alta Gracia donde pasaron la noche y al otro día, fueron trasladados al D2. Sánchez hizo hincapié en la saña que tenían los torturadores hacia Huguito, “le pegaron mucho, lo torturaron mucho y él no militaba en ningún lado. Era un chico de 20 años, artesano, hijo de madre viuda”.
En sus 20 días en el D2, aprendió a cuidarse, pasó por torturas, por un intento de violación del que se salvó por los gritos que pegaba y recuerda que cuando le ofrecieron bañarse "no quería porque sabía lo que iba a pasar. Y alentaba a que nadie fuera porque, una vez desnudos, se escuchaban los gritos. Había dos o tres mujeres que nos cortaban el pelo con cuchillo y nos tiraban papel picado, se mataban de risa, se divertían”. Por las noches, llegaba un tipo de zapatos negros y olor a alcohol, nos gritaba y nos hacía correr y chocarnos: movimientos vivos. Este tipo que era jefe, no tenían uniforme, los subalternos sí y siempre nos gritaba: 'me hicieron transpirar y ahora me voy a tener que bañar'".
Un día le sacaron las esposas: era su salida del D2. Fue la última vez que vio a Huguito, lo saludó, y él le pidió que busque a su mamá, que no aguantaba más eso. "Creo que dos días después, murió; tenía las costillas y el esternón rotos. Me siento culpable por estar viva y Huguito no”, concluye Ramona Sánchez.
A raiz del testimonio de Sánchez y el de Villar acerca de la participación de la Policía Federal, y atento a que surgió el nombre de Julio Antún, la querella pidió que una vez que se tenga la versión taquigráfica de la audiencia, se eleve pedido a la Fiscalía de Instrucciones para corroborar si corresponde iniciar acciones penales. El tribunal hace lugar al pedido.
Cuando el presidente del tribunal la despedía, Sánchez aún tenía unas palabras, un reclamo: que no se queden sin efecto las acusaciones a genocidas que ya no están sentados en el banquillo porque murieron. “Ellos son culpables, culpables aún después de muertos; como Huguito, que hoy no está acá y es víctima, aún después de muerto”. El mismo reclamo formuló en relación a los que no están debido a incapacidades médicas. “Yo también las tengo. Tengo ataques de pánico, nunca más pude comer manzana ni dulce de leche, porque el que me quiso violar me dio antes manzana y dulce de leche, tengo insomnio…. ¡Y acá estoy! ¡Hagan justicia!", exclamó Ramona.
El último testigo de la mañana fue, en video conferencia desde Tenerife, Roberto Mario Tallei, quien en 1976 vivía en pleno centro de Córdoba, en Santa Fe esquina Colón. Una noche, a las 2 de la mañana, le golpean la puerta. "Al departamento entraron una persona vestida de militar y tres policías con armas cortas. Me preguntaron cómo me llamaba, mientras revisaban y requisaban todo. Me hacían preguntas: si pertenecía a algún partido político, si era dirigente gremial. Yo le dije que no. Yo era vendedor en una empresa distribuidora de alimentos. Al rato me aparecieron con una revista y libros del Partido Comunista (PC) que ellos mismos habían traído y lo pusieron encima de mi cama. Me detuvieron, me esposaron, me condujeron por la escalera y antes de salir a la calle me vendaron. Me subieron a un vehículo, parecía un coche chico, en el asiento trasero, presumo que de la policía. Y me llevaron al Comando Radioeléctrico. Me hicieron bajar y me condujeron a una sala donde había otros detenidos sentados en el suelo. Pude ver por el rabillo del ojo. No nos daban de comer, agua ni nada. A la noche aparecía, pareciera ser, un personal militar. Yo alcanzaba a ver las botas y la parte de abajo del pantalón”.
Al día siguiente de su detención, por la noche sintió dos disparos cerca de donde lo tenían detenido con otras personas. Una hora después apareció un militar que dijo “pórtense bien, porque acá ha habido dos personas que se han querido escapar y tuvimos que actuar”.
Tallei salió del D2 con toda la ropa sucia, mareado, con hambre, con las manos doloridas y los pies hinchados. "Me fui caminado hasta mi casa”, cuenta.
Por la tarde, luego del cuarto intermedio, por video conferencia desde Mar del Plata, testimonió Raúl Cerezo, que al momento de los hechos que se juzgan era vecino de Hugo Pavón. Su testimonio se basó en lo que se hablaba entre los vecinos, “se vivía con mucho temor e impunidad, se callaba por miedo o temor, el ‘no te metas’ prendía bastante". Cerezo recuerda que también se comentaba que luego de unas detenciones en San Francisco, había saltado el nombre de Pavón, quien “no tenía militancia, que nunca lo escuchó hacer ningún comentario sobre política ni nada por el estilo. El día que secuestran a Pavón, también se llevan a una persona de 28 años aproximadamente, que vivía en una casita atrás de la de Pavón”.
El sexto testigo de la jornada fue Isaac Garay, que con su hermano Roberto (que declaró en la segunda audiencia de este juicio) fueron privados de su libertad en 1976. Declaró que “militaba en una organización y ya había estado detenido otras veces. Ese día, en la terminal de ómnibus, presentí que podía ser detenido de nuevo. Cuando llego a casa me entero que habían detenido a mi hermano. Le pregunté a mi madre si lo habían golpeado. Simplemente se lo llevaron y revolvieron todo. En ese momento pasa un Torino, un patrullero, retrocede y se estaciona a 10 metros de donde estaba. Pregunta por mi nombre y me lleva. Sin violencia, sin nada. Cuando subo al auto, doblan la esquina y ahí me empiezan a pisotear en el suelo. Me llevan al D2. Creo que escucho ‘ahí viene el judío’. Me empiezan a pegar y a preguntar por el PC. Me llevan al tranvía. Y ahí estuve dos semanas más o menos. Muchos golpes, mucha violencia. Estuve esposado y encapuchado, había varias personas, recuerdo a Diana Fidelman y también a Irazusta”.
En su relato, Garay hace una diferencia entre estar en el D2 y la Alcaidía: “Eran dos mundos distintos en 20 metros de distancia: uno, el horror; otro, las vacaciones”. En Alcaldía “estábamos en un calabozo a la noche y de día nos dejaban ir al patio sin vendas ni esposas. Tenía acceso al baño y visita de familiares. En el tranvía no tenía acceso a la alimentación, se la comían ellos. Nosotros pasamos días enteros sin comer ni ir al baño”. Luego del D2, Isaac Garay estuvo preso en la cárcel de San Martín. Salió en libertad el 16 de julio de 1978.
El último testigo de la quinta audiencia fue Roberto Esteso, un abogado que luego de los hechos que se juzgan en este juicio dejó de ejercer. Relata que la noche del 29 al 30 de abril de 1976 vivía con su esposa, Elsa Beatriz Gil, y un hijo de 40 días. Después de escuchar golpes fuertes en la puerta, se asomó a la puerta principal y "fui encañonado por una persona, con gritos. Me obligaron a abrir la puerta. Me arrojaron al piso, me maniataron, me cubrieron la cabeza con una capucha. Y desde ahí, solo escuché movimientos y diálogos, pero no vi más nada. Intuyo que eran 5 o 6 personas. Pasaron a la habitación mía y de mi mujer. También con insultos y golpes. Después fueron a la habitación de mi pequeño hijo. Permanecieron un tiempo en la casa. En un momento me sacaron a mí y me pusieron en la parte de atrás de un auto, en el piso (también se llevaron cosas de valor de mi casa). Intuyo que había otro auto, por los ruidos. Y fui trasladado por 20, 25 minutos. Después, reconstruyendo, me di cuenta que me habían llevado al Cabildo. Fui trasladado, siempre con violencia, al interior de este lugar, donde rápidamente me empezaron a interrogar sobre lo mismo que me preguntaban en mi casa. Buscaban a una persona llamada Tato Olmos u Olmedo, no recuerdo”, relata.
En el D2 le dijeron que en un allanamiento a unos “guerrilleros” habían encontrado un croquis con la ubicación de su casa, ubicada en el Pasaje República. Esteso relata que en “esa casa vivía una compañera mía de la facultad, y el 22 de noviembre yo la había ido a invitar a mi cumpleaños, un asado en mi casa. Como quería ir con una persona que vivía con ella y no iba a saber llegar, le hago un plano. Le pongo que mi casa tenía un frente con ladrillos rojos y una flecha”.
Todas las explicaciones no alcanzaban. La patota del D2 quería saber por qué estas personas tenían su casa marcada. “En un momento, me dejan solo con una persona en una oficina. El interrogatorio tenía que ver con mis ideas. Buscaba generar un clima de confianza para saber por qué me buscaban las personas que tenían un croquis de mi casa. Después de eso me sacan y me llevan a un lugar donde había dos bancos de cemento”. Cuando lo dejaron salir, y ante la insistencia de Esteso, le dieron una certificación diciendo de que había estado detenido por averiguación de antecedentes, amenazándolo que si veían ese papel “no la iba a contar”.
Inmediatamente después, Esteso y su familia se mudaron a Buenos Aires y al poco tiempo, a México. Antes, presentó un hábeas corpus que nunca fue respondido. En febrero del '84 regresó a la Argentina: “Me invadió un tiempo largo una sensación de temor. Terminando la década del '70, fui entendiendo que era una situación general. En ese momento pensé que era una situación puntual y única. Después fui entendiendo lo que conocemos ahora como Terrorismo de Estado.”
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