28 / Noviembre / 2018

Ayer martes 27 de noviembre, se desarrolló en Tribunales Federales I la cuarta audiencia del juicio por crímenes de lesa humanidad en el que se juzga el accionar de la policía de la Provincia de Córdoba en los comienzos de la última dictadura. La FCS estuvo presente, reafirmando el pronunciamiento del Honorable Consejo Directivo del 22 de octubre que declara de interés el inicio de las audiencias en la Causa “Montiveros, Guillermo Antonio y otros p.ss.aa. Homicidio Agravado con Ensañamiento y Alevosía”, que se inscribe en la búsqueda de la Memoria, la Verdad y la Justicia, y en la que una de las víctimas fue alumna de la carrera de Asistente Social y militante del Centro de Estudiantes, Vilma Ethel Ortiz.

La audiencia comenzó cerca de las 10.30 horas. En primer lugar, un abogado defensor manifestó su oposición a que se incorpore el testimonio de Sara Solarz de Osatinsky, vertido en la megacausa La Perla- La Ribera – D2, y que ahora no puede repetirse por certificadas razones de salud (además de que vive en el exterior), tal como acreditó la querella. El tribunal, luego de escuchar ambas partes, decide la incorporación, alegando que no afecta el derecho de defensa del imputado que representa. 

Luego de esto, se procede a tomar declaración testimonial de Santiago Nicola, 42 años, hijo de José Luis, y que estuvo presente el día del fusilamiento de su padre, de Vilma Etel Ortiz y Gustavo Olmedo el 26 de marzo de 1976 en una casa del barrio San Vicente. Santiago se salvó porque su padre o Vilma o Gustavo lo resguardaron de los disparos en un placar del baño. 

Antes de testificar sobre el hecho, Santiago pide autorización para contar quien era su padre. Afirma que su papá era de Santa Fe, de una familia de inmigrantes, trabajadores, desde chico sintió un compromiso con su tiempo. Vino a estudiar Medicina a Córdoba, empezó a militar políticamente en OCPO y conoció a su mamá: “Tuvieron un amor enorme, del cual soy fruto. Me pusieron Santiago por Santiago Pampillón”, dice.

En un esfuerzo por reflexionar sobre su historia, transmite lo que su abuela le narró “desde muy niño”.  Irma Ramacciotti no puede testificar porque murió esperando justicia. Relata que ese día, su abuela recibió un llamado de su mamá avisando que habían sitiado la manzana de San Vicente y que ella no podía ir porque “la tenían marcada”.

Santiago relata cómo su abuela, su “heroína”, lo rescató dos veces de tener una vida que no era la de él. La segunda fue en Buenos Aires, cuando la secuestran a su mamá. En esta primera oportunidad, Irma fue hasta San Vicente, a la D2, a la Casa Cuna donde la monja a cargo -que se llamaba Monserrat Tribo, y es sospechosa de participar en la dictadura con el robo de bebés- no quería entregarle al nieto. Finalmente pudo conseguir una orden judicial y retirarlo. 

Santiago relata que Irma fue la semana siguiente hasta el pasaje Bello de San Vicente y vio los escombros en que una bomba había convertido a la casa de la masacre.  Habló con los vecinos, volvió a la policía y allí el oficial Ríos, un exalumno de primer grado, se conmovió y la ayudó a tramitar la recuperación del cuerpo de su yerno, al tiempo que le narraba lo sucedido la noche de los asesinatos.  “Hasta el día de hoy pueden verse los rastros de balas en las paredes”, enfatiza Santiago.

Al cierre, le pide al fiscal Harabedian que pida las máximas condenas porque “no puedo separar al pasado del presente; hace unos días estábamos en la marcha de la gorra, con chicos y chicas víctimas del gatillo fácil y al otro día la policía mata por la espalda a un joven en Villa Angelelli. Que la policía de hoy sepa que no se puede matar en democracia, que sepa que estos policías de antes fueron juzgados por esos crímenes. A ustedes, señores jueces, como Justicia Federal que son, les pido que busquen a mi hermano, hermana. Cuando secuestraron a mi mamá en abril del '77 estaba embarazada.  Mi abuela se pasó toda su vida viajando a Buenos Aires a buscar a mi mamá y a mi hermano o hermana”. 

Santiago reconoce el amor a todas aquellas personas que dejaron de hacer cosas para criarlo, para acompañarlo, desde el amor a su compañera y a sus hijas, desde las palabras de su heroína, que entre muchas cosas, le enseñó que “lo imposible sólo tarda un poco más”.

En segundo lugar, se llama al testigo Raúl Bernardo Berti. Raúl vivía desde 1975 con su hermano Carlos y José Villegas, un amigo en la casa de la calle Brasil, donde la policía asesinó al “Pibe” Osatinsky, que estaba transitoriamente allí, y a Jose Villegas.

Raúl era empleado bancario, Carlos y José estudiantes universitarios. Raúl no militaba, pero relata que su hermano y su amigo estudiaban y militaban en la JUP (Juventud Universitaria Peronista). “Eran muy buenos estudiantes, mi hermano desde la primaria 9, 10… Habíamos acordado que en la casa nada de militancia, por mi trabajo y por un tío juez federal que nos había salido muy amablemente de garante y que además era contrario a las ideas de mi hermano. La casa para estudiar, la militancia en la universidad”. 

Desde el comienzo de su testimonio, Raúl remarca que era mentira que había armas, tal como salió publicado en los medios. Afirma que sus compañeros de casa eran muy buenos estudiantes, y que se habían hecho amigos del carpintero de la casa del lado, que se las alquilaba. El relato continúa, cuenta como un día cercano al hecho, su hermano le dijo que tenía un bolso con dos revólveres, pero “que no me preocupara que no eran de él y que ya se los iban a llevar”.  La tarde anterior al hecho, Raúl vio sobre la mesa unos lanza panfletos. Antes de relatar la discusión con su hermano, describió minuciosamente como se construía un lanza panfletos: una mecha, una lata, arriba los papeles, el tiempo de la huida. Luego de la discusión, Carlos se comprometió a sacar todo al otro día, también le pidió si podían alojar a un pibe por unos días, que no tenía donde ir  (el chico se llamaba José Osatinsky, tenía 15 años, tal como se enteró después). 

Al otro día Raúl salió temprano para su trabajo. En la casa quedaron Carlos, Villegas y Osatinski, se les sumó Néstor “Lana” Morandini. A media mañana, una bomba lanza panfletos explotó en la casa, pero los cuatro salieron a decir a la vecindad que había sido una garrafa, que se quedaran tranquilos. Asustados entraron, asustados espiaron a la calle, asustados vieron un patrullero pasar mirando para la casa, asustados corrieron por los techos sin disparar un tiro, quizás sin llevar armas y “a unos 50-60 metros escucharon los disparos que tiraban la puerta”. Hacia el sur corrieron por los techos, llegaron a la calle, volvieron a saltar para seguir una manzana más. Carlos y Lana pudieron, José y el pibe Osatinski no, intentaron volver pero los acribillaron. 

Raúl cuenta que a las 11 de la mañana del 2 de julio de 1976 lo llama Carlos a su trabajo y le avisa que está la policía en la casa y que se tiene que ir. Más tarde se encuentran en una esquina de  barrio Jardín, y ahí se entera que la casa había sido reventada por la policía. “Los medios publicaron que había un arsenal que no entraba en la casa ¡Mentira! No mostraron lo que se robaron los defensores de la propiedad privada: una motoneta, muebles, dos guitarras, 220 discos, herramientas de la carpintería, un tocadisco Audinac de última tecnología…”.
 
Raúl relata que habló con sus padres para que supieran que sus dos hijos vivían. A los días, al padre le dijeron que sus hijos habían muerto. Reconocido médico de Río Cuarto, el padre se vino para Córdoba, a la morgue, “camilla, tras camilla traían chicos”, no lo soportó, “se quebró, se vino abajo, dos meses después murió de un infarto”. Raúl y Carlos se exiliaron en Buenos Aires. En abril del '77 despareció Carlos. Lana Morandini desapareció con su hermana Cristina (otra estudiante de Asistente Social), también en Buenos Aires. Raúl se exilió en Brasil. 

Finalmente, se llama a Manuel Isidro Ocampo, que  en 1976 formaba parte del Comando Radioeléctrico de la Policía de Córdoba, y era compañero de alguno de los imputados de este juicio. El ex policía, retirado comisario luego de 28 años de servicio, es el último en declarar en esta audiencia. Los patrulleros, al decir de Ocampo, más allá de las órdenes de los superiores, siempre que escuchaban por la radio que el orden social estaba amenazado o que se perturbara el “normal” funcionamiento de la ciudadanía y, en el peor de los casos, “hasta desobedeciendo órdenes superiores”, cuando oían de algún tiroteo salían en auxilio “porque había un gran espíritu de cuerpo”. 

Ocampo relata cómo no llegó a la casa de barrio Güemes donde fusilaron a Villegas y a Osatinsky, sólo porque en el camino el patrullero en el que se conducía chocó con un taxi y evade respuestas sobre el accionar de la policía en esos tiempos. 
El juicio pasó a cuarto intermedio hasta el martes 11 de diciembre, a las 10 hs.