31 / Julio / 2019

Compartimos el discurso que pronunció la decana de la Facultad de Ciencias Sociales, Mgter. María Inés Peralta, en el marco de la colación de grado y posgrado que se realizó el pasado 29 de julio. La decana se refirió a las luchas, reivindicaciones y coyunturas históricas que atravesó la Universidad y reflexionó sobre la situación actual de la educación pública y el discurso oficial.

 

En el discurso de nuestra colación de diciembre pasado, me referí a los “pensamientos críticos” y los caractericé con 3 rasgos definitorios: pensamientos situados, pensamientos de resistencia y pensamientos esperanzadores.
 
Hoy, nuevamente reunidos en un momento de logros y de reconocimientos, me interesa resaltar el contexto de producción de esos pensamientos en el que estamos involucrados quienes nos encontramos hoy aquí: la Universidad Pública Argentina. Universidad que está siendo profundamente vapuleada nuevamente, por el ahogo presupuestario y por concepciones meritocráticas que pugnan por instalarse.
Si hoy afirmamos que la educación superior es un derecho es porque hubo actores sociales y políticos que trabajaron, estudiaron, fundamentaron, confrontaron y se movilizaron por ello.
 
La gesta revolucionaria estudiantil de la Reforma del 18 instaló el cogobierno. Desde allí nuestra universidad pública es impensable sin la participación de todos los claustros – o colectivos- en la toma de decisiones, lo que nos abre al necesario debate entre distintas visiones de cada momento sobre las necesidades, las expectativas, las reivindicaciones, lo justo y lo injusto, de docentes, estudiantes, egresados y no docentes.
A fines de la década del 49, se sancionó la gratuidad de la universidad pública argentina y con ello uno de los principales aspectos en el que se asienta la legitimidad de la universidad: sin la gratuidad, el acceso a la educación superior es una mezcla de mérito y privilegio que oculta las discriminaciones de clase, raza, género o etnia.
 
En la década de los 60/ 70, la de nuestro Cordobazo, la universidad se reconoció como actor político ineludible en la construcción de una sociedad movilizada por la libertad y la justicia, debatiendo el papel del conocimiento en esa construcción, con vocación latinoamericanista y con un efectivo compromiso social, en un diálogo activo con trabajadores/as y vecinos/as.
 
La Universidad de la década del 80, de la recuperación democrática, comenzó a gestarse desde la necesidad silenciosa de desocultar lo oculto, de vencer el miedo, de recuperar memoria colectiva. Fue la Universidad que se movilizó masivamente ante cada intento golpista de parte de fuerzas armadas que insistían en reinstalar los momentos más negros de nuestra historia. Ante esto, estuvo entera, en la calle, movilizada por el Nunca Más.
 
La Universidad de los 90 fue la de las marchas multitudinarias por todo el país, resistiendo al ahogo presupuestario, al recorte de salarios, a la competencia de las universidades privadas en el marco del discurso de la ineficiencia con que el neoliberalismo intentó deslegitimar a todas las instituciones públicas.
 
La Universidad de la primera década del siglo XXI se resignificó en el marco de la Ley de Financiamiento Educativo del 2006, recuperando la noción de derecho a la educación, la del del Estado como garante de ese derecho en todos los niveles del sistema, haciendo efectivas esas garantías a través de múltiples programas de inclusión y de equidad; fue una universidad en la que se jerarquizó la ciencia y la tecnología, se reconocieron los derechos de la diversidad de géneros y disidencias, se amplió la vinculación con el territorio y las culturas populares.
 
Hoy, llegando al final de la segunda década del siglo XXI, nos encontramos con una ola reaccionaria a nivel mundial: el pasado 10 de diciembre, se cumplieron los 70 años de la Declaración Universal de los DDHH, declaración que Boaventura de Sousa Santos invita a comenzar a repensar y a revisar en su redacción – “para dar cuenta de la nueva criminalidad (capital financiero) que en los próximos 70 años continuará impidiendo a la humanidad ser plenamente humana”. Esta nueva criminalidad requiere de sociedades y ciudadanos/as despreocupados/as e insensibles por “el otro”, convencidos/as que los logros son individuales, que son logros a pesar del “otro”. Esta criminalidad, requiere - nuevamente Boaventura- de un “complejo ideológico-mental propagado por todo el mundo, incluyendo nuestros barrios, nuestras casas y nuestra intimidad. Son tres las fábricas principales de este complejo: la fábrica del odio, la fábrica del miedo y la fábrica de la mentira… La proliferación de estas tres fábricas es el motor de la ola reaccionaria que vivimos”.
 
Hoy nuestro ejercicio crítico como intelectuales, como universitarios/as, como egresados/as, es desnaturalizar en cada pensamiento, en cada acción, en cada clase, en cada búsqueda teórica, en cada debate e intercambio, esas fábricas del odio, del miedo y de la mentira.
 
En ese ejercicio crítico tengamos siempre la claridad sobre el sentido y significado del “mérito”, concepto muy presente, desde siempre, en la educación. Resistamos a la idea del mérito entendido desde el esfuerzo individual que me distingue del “otro” y que, desde esa diferencia, me hace merecedor/a. Sostengamos el sentido del esfuerzo individual como parte, como “igual” de un colectivo que se compromete, se corresponsabiliza, y se autoreconoce en todos/as los/as otros/as que forman parte necesaria e ineludible del propio logro. Otros y otras que no son sólo el cercano – familiar, amiga, compañero-a, del profe querido, sino también el otro “desconocido”. De esos/as que dice Galeano: “ se puede encontrar coterráneos en cualquier lugar del mundo y contemporáneos en cualquier lugar de la historia”. Llegamos cada uno/a de nosotros/as con nuestro trabajo y nuestro esfuerzo a este logro, pero, ineludiblemente siendo parte de esta “otredad”. Una amiga me compartía ayer un saludo diario de los mayas: INLAK’ECH , que significa “yo soy otro tú” y la respuesta HALA KEN, que significa “tu eres otro yo”.
 
Enfrentemos las fábricas del odio, del miedo y la mentira desde estos mojones de luchas colectivas guiadas por la búsqueda por la igualdad. Entendiendo a la igualdad como construcción de la política, según Diego Tatián. Entendiendo a la igualdad, en la era de los DDHH y la Justicia, como redistribución y reconocimiento, según Nancy Fraser.
 
Esperamos que esta historia haya podido quedar guardada en la memoria y en los cuerpos; y que el compromiso que en instantes van a expresar se asiente en estos rasgos identitarios de la Universidad Pública Argentina: el cogobierno democrático, el involucramiento activo en la construcción de un proyecto político de sociedad justa y libre, la defensa irrestricta de los derechos humanos, la resistencia sostenida a los embates de proyectos neoliberales, la capacidad crítica de resignificar conceptos en lugar de ser usados para someter al otro/a, sean concebidos para reconocernos con otros/as en relaciones y proyectos emancipatorios.
 
Reconocer, sostener y actualizar el potencial democrático de lo educativo como dimensión de la vida social es la tarea. Desde el lugar que ocupemos, desde nuestro ejercicio como profesionales, académicos, investigadores, estaremos haciendo honor a esa tarea-compromiso que Uds., en un momento, van a asumir.
 
Mgter. María Inés Peralta