Por Pampa Arán
La exposición de sus antecedentes académicos llevaría varias páginas. En todo caso alcanzaría con decir que la Universidad Nacional de Córdoba le dio la máxima distinción que otorga a sus docentes: profesora emérita. Debería agregarse que nunca más merecida la distinción como en su caso.
Fue una de las fundadoras de los estudios semióticos en córdoba: en el Centro de Estudios Avanzados codirigió por varios años el doctorado en esa especialidad; continuó hasta hace unos días en actividades de docencia, investigación y gestión. Participó activamente en el proceso de creación de la Facultad de Ciencias Sociales, no con una actitud complaciente ni desinteresada, sino con su aporte riguroso, crítico y comprometido.
Pero quizá la nominación “maestra” sea la que permita capturar su más profunda condición intelectual y humana. Como reminiscencia de un pasado del que solía presumir, haber trabajando como maestra rural en esas llanuras que hacían metonimia con su nombre, y asumiendo las múltiples tareas que esa ocupación le imponían, se convirtió en maestra de muchas generaciones universitarias. En las aulas, con sus dotes pedagógicas admirables; y en la formación de investigadores, dirigiendo tesis: enseñar a leer, a pensar, a escribir, es lo que hizo con una generosidad sin precauciones.
Pero no solo supo acompañar el proceso epistémico, ayudar a descubrir y nombrar el objeto de estudio a cada quien que se lo pidiera; también supo abrazar amorosamente para que investigar y escribir no fuera un mero trámite sino más bien una celebración del conocimiento y el trabajo compartido.
Quienes tuvimos la dicha de estar cerca ya la extrañamos. Esperamos que la gratitud nos compense la pérdida.
Marcelo Casarin
Director del CEA (FCS)